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Clara Sánchez y la palabrería jurídica

06 Abril 2023 |

Un artículo de Eva Cornudella, autora de Juego de silencios y abogada.

El mundo de las letras está de enhorabuena. 

El pleno de la Real Academia Española (RAE) eligió el pasado jueves a la novelista y filóloga Clara Sánchez para ocupar la silla X, vacante desde el fallecimiento del poeta Francisco Brines, el 20 de mayo de 2021.

Su elección me ha alegrado mucho. No tengo el placer de conocerla, aunque su forma de escribir dice mucho de ella. La prosa de Clara Sánchez es fresca, asequible, directa, sin que ello reduzca el enorme mérito literario de su estilo.

Y es que, en realidad, tiene más mérito la escritura que percibimos como «sencilla» que aquella que nos obliga a releer un párrafo varias veces hasta que captamos su sentido. Simplificar es complejo, y lograr la cercanía con los lectores supone horas de trabajo.

Esto lo sabe cualquier escritor y, por supuesto, un jurista. Y si resulta que eres escritor y jurista sabes que el lenguaje no se utiliza de la misma forma en uno y otro ámbito. 

En el jurídico, el lenguaje se complica. Y no solo por la terminología (todas las áreas profesionales tienen la suya), sino por la especial confusión que a veces nos provoca la lectura de este tipo de textos. A no ser que lo que el jurista tenga que decir sea tan sencillo de entender que no precise de circunloquios.

¿Por qué digo esto? Porque esta académica, ganadora de premios como el Alfaguara, el Planeta y el Nadal, ha declarado que «es esencial despojar de palabrería el lenguaje jurídico y el administrativo».

Y aquí hemos topado con Goliat.

En literatura, alcanzar la sencillez es una cuestión de maestría y de horas de trabajo. El escritor pule su texto, lo esculpe, crea arte con las palabras y modela aquello que quiere transmitir sin una necesidad especial de convencer. Al menos así debería ser: el escritor no tiene que convencer a nadie, debe ser libre y huir de la autocensura.

Pero en Derecho sí que hay que convencer. Y en ese punto entramos en el campo de la dialéctica —que todo jurista debe dominar, por supuesto—, pero que llevada al exceso cae de lleno en esa palabrería a la que Clara Sánchez se refiere.

Y me temo que, en esa gesta, Sánchez se puede a encontrar con algunos detractores.

El primer grupo de rebeldes lo va a componer aquellos que no son capaces de redactar un texto jurídico sin recurrir al Digesto, al proyecto de Código Civil de García Goyena o a latinismos como el que yo misma voy a escribir a continuación y que da entrada al segundo grupo de rebeldes, que al final me temo que abarca a casi todo el colectivo.

Ahí va el latinajo (que conste que me encanta): hay una máxima en Derecho que dice así: Excusatio non petita, accusatio manifesta. Que en términos coloquiales quiere decir que si te enredas mucho y ofreces toda clase de justificaciones, la cosa pinta fea.

Como en el ámbito del Derecho —al igual que en la vida—, nos movemos en una escala de grises, los abogados nos deshacemos en explicaciones a cuál más convincente, y si nos viene rodado sustentarlas en una máxima jurídica no hay quien se resista a ello. 

Así que, en general, los textos jurídicos están plagados de construcciones complejas, excesivas y, a veces, anacrónicas. 

Para qué decir demanda sin puedes decir libelo, o por qué decir «He intentado acceder a la aplicación» cuando puedes decir «Como quiera que este administrado ha intentado acceder al portal digital…».

Al principio de mi andadura jurídica leí alguna demanda que, en lugar de limitarse a reseñar el lugar y la fecha de su redacción, añadía la siguiente expresión: «Es justicia que espero obtener de su recto proceder. Ahí queda dicho».

Y es que parece que la complejidad expresiva confiere valor, razón, o una aparente solvencia que la sencillez haría tambalear. Por ello, en ese mundo competitivo que es la dialéctica jurídica, a nadie le gusta que lo hagan de menos. Y es ese temor el que puede convertirse en el talón de Aquiles de la propuesta de Clara Sánchez. 

Por eso decía que ese segundo grupo de rebeldes lo compondremos casi todo el colectivo, incluso los que abogamos (valga la redundancia) por redactar con sencillez. Somos los rebeldes del miedo. Del temor a quedar en desventaja.

Sé bien a lo que se refiere la académica y la aplaudo. Me irrita mucho leer escritos que pueden resumirse a la mitad de su extensión. Estoy convencida de que la exposición de los hechos y los razonamientos jurídicos es más potente si está dotada de simplicidad que de párrafos extensos y complejos hasta el punto de ser completados, en ocasiones, con pies de página larguísimos de letra diminuta.

Y no solo lo dice Clara Sánchez, también lo ha dicho el Tribunal Supremo, que te devuelve un recurso sin leer ni el encabezamiento si te has extendido más de veinticinco páginas. Y, ojo, sin trampas; el Supremo no solo ha limitado el número de páginas, sino hasta el tamaño de la letra. Que no vale abigarrar el texto en veinticinco páginas sin márgenes, a un espacio y con letra a cuerpo ilegible. En fin, que nuestro Alto Tribunal apuesta por la simplicidad.

Es posible que Clara Sánchez encuentre algún obstáculo en esa hazaña y que se confunda su objetivo con una intención de mermar la belleza expositiva (las expresiones jurídicas son muy bonitas). Pero no creo que la académica tenga como finalidad acabar con la idiosincrasia del lenguaje jurídico. Entre otras cosas, porque la RAE no se dedica a empobrecer el lenguaje, pero sí que debe velar porque este consiga su objetivo, que no es otro que comunicar. Y una persona tiene derecho a entender un texto jurídico o administrativo en tanto le afecta directamente. Otra cosa será en el ámbito profesional y académico.

Clara Sánchez habla de palabrería, y palabrería es aquello que sobra y que causa confusión. Es aquello que se repite en exceso. 

Tendremos que esperar a ver su propuesta concreta, pero confío en que el sector jurídico podrá continuar utilizando su terminología sin riesgo, siempre que se haga de forma moderada y útil, y sin finalidad de autobombo o lucimiento.

Así pues, en un último alarde de floritura, como quiera que esta humilde lectora, escritora y jurista no duda del inteligente objetivo de Clara Sánchez, se hace constar que deposita en la RAE toda su fe, y espera obtener relevantes cambios de su recto proceder.


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